En el contexto de la celebración de un nuevo aniversario de su fallecimiento y a un día que se inicie el cónclave, compartimos un artículo escrito por el coordinador Causa de Canonización del Padre Esteban Gumucio, Aníbal Pastor N.
Esteban Gumucio y la Iglesia que amo
En tiempos en que la confianza es frágil y las certezas tambalean, buscar faros de luz se vuelve una necesidad vital. En Chile, especialmente en el mundo católico, uno de esos faros tiene nombre y apellido: Esteban Gumucio Vives (1914-2001), cuya liturgia de aniversario del último domingo, no solo fue hermosa sino que muy esperanzadora para los cientos de vecinos y vecinas que llegaron hasta la parroquia de San Pedro y San Pablo para recordarlo en comunidad.
¿Por qué Esteban Gumucio sigue siendo tan relevante hoy para tanta gente? Quizás porque su vida encarna precisamente aquello que más anhelamos y, a veces, extrañamos en nuestra Iglesia y sociedad: una esperanza cercana, un compromiso real con la gente y una fe que se traduce en servicio humilde y alegre. No por nada le señalamos como «Apóstol de la Esperanza».
Su testimonio fue sencillo y profundo a la vez. Cuando el obispo Álvaro Chordi, quien presidía la eucaristía, durante la homilía preguntó a la asamblea que repletaba el remodelado templo, quiénes de los presentes sentían que el Tata Esteban les marcó la vida, se levantaron cientos de manos para responder simbólicamente: sí, a mí me marcó la vida. “Esto es único”, exclamó el obispo muy impresionado quien suele acompañar al mundo popular en sus expresiones de fe y vida eclesial.
El Padre Esteban fue un pastor con olor oveja —como diría década después el papa Francisco— que no tuvo actitudes de principado eclesial y distante, sino un hermano —presbítero— que supo caminar junto al pueblo de Dios.
Esteban acompañó con la misma dedicación y cariño a niños descubriendo el mundo, a jóvenes de población llenos de preguntas y amenazados por la droga, a parejas que construyen su amor día a día, a enfermos enfrentando el dolor, y a personas mayores portadoras de sabiduría. En cada encuentro, ofrecía una palabra de aliento, una escucha atenta, un gesto de ternura.
Como profeta de los pobres no solo vivía con su comunidad religiosa como un poblador más en medio de los pobres sino porque —sobre todo— encontraba a Cristo preferentemente en ellos, los más sencillos y olvidados.
También fue un poeta del Evangelio porque su creación expresada en sus escritos en prosa y poesía, comunican hoy —y con mucha actualidad— la Buena Noticia con la belleza de la palabra justa, tocan el alma y acercan el misterio de Dios a la vida cotidiana. Su lenguaje es claro en la defensa de los vulnerables de la sociedad pero, sobre todo, es una invitación a la misericordia y la profunda humanidad.
Hoy, cuando hablamos de sinodalidad —ese caminar juntos como iglesia, escuchándonos y discerniendo en común— la vida de pastor de Esteban Gumucio debiera ser una inspiración para mujeres y hombres agentes de pastoral laicos y, especialmente, también a quienes han optado por la vida consagrada, o se forman para servir a la iglesia o buscan vivir con fidelidad su ministerio clerical.
Gumucio vivió la sinodalidad de forma natural, sin pedestal, en medio de la gente, compartiendo sus alegrías y tristezas, aprendiendo de ellos tanto como enseñaba. Su pastoreo fue de servicio y no de poder; de cercanía y no de distancia. Una imagen viviente del Buen Pastor que desafía a la Iglesia.
Mirar a Esteban, 24 años después de su partida, no es un ejercicio de nostalgia. De ningún modo. Es una interpelación y una fuente de inspiración para los pastores que buscan reconstruirse y recuperar credibilidad. Su vida nos muestra que es posible ser una iglesia samaritana, que se detiene ante el herido; una iglesia profética, que denuncia la injusticia sin miedo; una iglesia acogedora, donde todas y todos se sientan en casa; una iglesia esperanzadora y que irradia la alegría del Evangelio.
Este vigésimo cuarto aniversario de su pascua de nuestro Siervo de Dios cae justo en la víspera del cónclave de los cardenales que elegirá un nuevo Papa. Y cuando los 133 cardenales, todos varones y vestidos completamente de rojo, ingresen a la Capilla Sixtina y comiencen a votar, deberán optar si continuarán y profundizarán la senda marcada por el papa Francisco o si buscarán rumbos distintos.
Mientras el humo blanco o negro se hace esperar en la chimenea de la Basílica de San Pedro, las informaciones sobre cardenales proliferan, los comentaristas formulan sus preferencias, las casas de apuestas hacen negocio con el ranking pop, las falsas noticias alimentan las burbujas de los algoritmos, y la diplomacia con peso específico global (llamado también lobby), buscan imponer su voluntad.
En este contexto, Esteban Gumucio permanece como una referencia que al menos nos debiera hacer meditar y que a muchas personas alimenta con la esperanza de una iglesia con rostro humano, comprometida con los pobres y fiel al Evangelio. “No quiero una iglesia de aburrimiento, quiero una iglesia de ciudadanía, / de pobres en su casa, de pueblos en fiesta, de espacios y libertades / mis hermanos aprendiendo y enseñando al mismo tiempo, / Iglesia de un solo Señor y Maestro / Iglesia de la Palabra y de los sacramentos”, escribió en 1978. ”Amo a la Iglesia de Jesucristo, / construida en firme fundamento, / en ella quiero vivir / hasta el último momento. Amén”.
Fuente: www.sscc.cl